Talk is cheap
Si alguien está dispuesto a capitular, y a colocarse en esta
posición, aunque sólo sea como experimento temporal, verá que a continuación se
sigue una conclusión a primera vista sorprendente. A fin de entender la
significación de los productos artísticos, tendremos que olvidados por e!
momento y hacernos a un lado, para recurrir a las fuerzas y condiciones
ordinarias de la experiencia que no acostumbramos a considerar corno estética.
Tenemos que llegar a la teoría de! arte por medio de un rodeo. La teoría se ocupa
de la comprensión, de la intuición, no sin exclamaciones de admiración y
estimulo para esa explosión emocional que se llama, a menudo, apreciación. Es posible
gozar de las flores por sus formas, colores y por su delicada fragancia, sin saber
nada sobre la biología de las plantas. No obstante, si uno trata de entender e!
proceso por el cual las plantas florecen, tiene que investigar algo sobre las
interacciones del suelo, el aire, el agua y la luz solar que condicionan el
crecimiento de estas seres vivos. Por convención, el Partenón es una gran obra
de arte. Sin embargo, sólo tiene un rango estético cuando la obra llega a ser
la experiencia de un ser humano. Y si vamos más allá de! goce personal, hasta
la formación de una teoría sobre esta amplia república del arte de la que forma
parte el edificio, debemos aceptar desviar la reflexión hacia los ciudadanos
atenienses, bulliciosos, razona- dores, agudamente sensitivos, con el sentido cívico
identificado con la religión cívica, de cuya experiencia el templo era una ex-
presión y que lo construyeron no como obra de arte, sino como conmemoración 4ívica.
Nos dirigimos a ellos como seres humanos con necesidades constituidas por una
demanda del edificio en el cual encuentran su satisfacción, no es un examen tal
como podría emprenderlo un sociólogo en busca de material adecuado a su
propósito. Quien se pone a teorizar sobre la experiencia estética encarnada en
el Partenón, debe darse cuenta, al pensar en ello, de lo que tiene en común la
gente en cuya vida está aquél, como creadora y como espectadora, con la gente
de nuestras propias casas y nuestras propias calles. A fin de entender lo
estético en sus formas últimas y aprobadas, se debe empezar con su materia
prima; con los acontecimientos y escenas que atraen la atención deli ojo y del oído
del hombre despertando su interés y proporcionándole goce mientras mira y
escucha. Los espectáculos que detienen a la muchedumbre: el coche de bomberos
que pasa veloz; las máquinas que cavan enormes agujeros en la tierra; la mosca
humana trepando la torre; el hombre encaramado en la camisa, arrojando y atrapando
flechas encendidas. Las fuentes del arte en la experiencia humana serán
conocidas por aquel que ve cómo la tensión graciosa del jugador de pelota
afecta a la multitud que lo mira; quien nota el deleite del ama de casa arreglando
sus plantas y el profundo interés del hombre que planta un manto de césped en
e! jardín de la casa; el gusto del espectador al atizar la leña ardiendo en el
hogar mientras observa crepitar las llamas y el desmoronarse de las brasas. Sí
se pregunta a esta gente por la razón de sus acciones dará, sin duda,
respuestas razonables. El hombre que remueve los trozos de leña ardiendo dirá
que lo hace para que el fuego arda mejor; no obstante, no permanece como un espectador
frío, sino que observa, fascinado, e! drama colorido de los cambios
representados ante sus ojos, y de los que participa imaginativamente. Lo que
Coleridge dice del lector de poesía es cierto para todo el que se zambulle feliz
en las actividades de la mente o del cuerpo: -El lector es estimulado, no sólo
o principalmente por la curiosidad, o por un incansable deseo de llegar a la
solución final, sino por la agradable actividad de la excursión misma.
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